Este fin de semana pasado estuve participando con
inmensa alegría de las jornadas de celebración del Día Mundial de la Poesía.
Entre otras muchas emociones, tuve el privilegio de compartir escenario con el
enorme, enorme, enorme (y para mí un poco eminencia) Rafael Felipe Oteriño,
quien con la simpleza y humildad de un maestro me sorprendió regalándome su
último libro. Exploté de felicidad (sonrisa, sonrisa, sonrisa). Cito por acá
abajo unos fragmentos del mismo, que vienen al caso para festejar esta tan
hermosa fecha:
La poesía está primordialmente sostenida por la
emoción, emoción que se produce por la irrupción de una imagen que busca
asiento en las palabras, palabras que son portadoras, antes que de un
significado, de una temperatura especial. Y todo eso ocurre de manera mágica:
como en una danza en la que los pasos parecen avanzar con olvido de quien los
gobierna. (…) Un día visité el Oráculo de Apolo, en Delfos, y observé las
piletas por donde circulaban las aguas humeantes que embriagaban a la pitonisa,
las losas en que los intérpretes dilucidaban sus palabras, y comprendí que la
poesía cumple una tarea semejante a la de esos intérpretes: traduce algo que
flota denso, indiviso – y cuántas veces hermético- y que recién se vuelve
manifiesto cuando encuentra el lenguaje que lo revela.
Rafael Felipe Oteriño; Una conversación infinita; Ediciones del Dock, 2016.